LOS MATADORES DE ÁRBOLES, EL REGRESO


Nací en la década de los 70's, mis papá era empleado de lo que en aquel tiempo se llamaba Tabamex, compró un terreno por la Avenida Insurgentes, en abonos, con un préstamo de la Caja Popular mexicana.

Mis hermanos y yo crecimos en una ciudad pequeña, hermosa, con un clima de bosque templado, en la ciudad de Nervo, en Tepic, la capital de Nayarit aunque tuviese sólo dos calles principales, la México e Insurgentes. Mi papá como lo es actualmente, un hombre de pocas palabras pero muchas acciones, responsable, respetuoso, reservado y cariñoso, quien nos educó siempre con el amoroso ejemplo.

Los niños de aquella época crecimos sin celulares, computadoras, televisores, nuestra máxima tecnología eran los arroyos que se formaban en las calles cuando llovía granizo, a vendavales, con truenos, El chilte, Los Rosales, El Tornillo y los humedales que habitaban en nuestra comunidad rural.

En casa había un gran jardín cultivado por mi mamá, con árboles de limonero, limas, guayabas, platanares, grosellos muchas plantas medicinales, comestibles, nopales, gallinas, chanchos, y una vaca.

En casa nunca hubo, ni tan siquiera conocíamos el uso del ventilador, calefacción o aire acondicionado, no usábamos suéter en invierno porque no hacía mucho frío pero tampoco hacía calor. Era un clima realmente paradisíaco. Tomábamos agua de la llave, de la lluvia, de los arroyos y cuando nos llevaban a la playa Matanchén, del Pacífico, recogíamos almejas para prepararlas en caldo, con sopita de arroz.

Mi padre nos mandó a estudiar a la escuela pública, a la primaria Federal Indio Mariano; la secundaria Federal Lázaro Cárdenas y a nuestra alma máter: Universidad Autónoma de Nayarit.

Algo que tenía en común, es que eran escuelas grandes, espaciosas, llenas de árboles, principalmente de pinos aunque no había techumbre, no quemaba el sol y no hacía calor. Aunque desde aquellos años maravillosos ya existían los matadores de árboles había mucha vegetación; pero los gobiernos que comenzaron a dilapidar las áreas verdes, los árboles, a privatizar áreas públicas y a cercenar con saña a la naturaleza.

Con el tiempo, mis hermanos y yo nos convertimos en profesionistas, hemos hecho esfuerzos por mantener en nuestros hogares esa verde herencia que nos dejó nuestro hogar, pero no ha sido fácil. Los tumbadores de árbolesregresan cada sexenio y de pedazo en pedazo han cubierto de cemento las áreas comunes y han concedido las áreas verdes a los enormes elefantes blancos que podemos ver en la Gran Ciudad de tal suerte, que ya no es Tepic de Nervo, nuestra ciudad se ha convertido en el TEPIC DE CEMENTO.

No hay agua, los humedales, los arroyuelos están secos y el río Mololoa, carga a cuestas las promesas de cada sexenio en campaña.

¿Será acaso eso la venganza del San Juan?
¡¿Quién sabe?!
Por si acaso, nunca hay que dejar de tener esperanza, nunca hay que dejar de sembrar, porque por cierto, ahora que nuestros padres 
son bisabuelos...

¿Qué historia habremos de contar a los bisnietos de la ciudad de concreto?
¿Cómo justificar la existencia de los tumbadores de árboles? ¿Cómo justificar lo injustificable? ¿Tendremos el valor de decir que no hicimos nada?

A veces, la gente, suele guardar silencio, pero yo digo que nunca hay que dejar de denunciar lo incorrecto ni jamás dejar de sembrar, recuerdos.

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